Aquella mañana se despertó tan tranquila, que
tuvo tiempo de observar el paquete de café y encontrar el precinto que lo abría
fácilmente antes de despedazarlo con las tijeras, como hacía habitualmente.
Aquello le pareció más que metafórico y aprovechó su estado para salir a la
calle.
Cada persona tenía un botón verde en alguna parte de su cuerpo. Algunos eran tan bonitos que llamaban a presionarlos.
También los había con varios botones y otros, los menos, no tenían ninguno.
Cada persona tenía un botón verde en alguna parte de su cuerpo. Algunos eran tan bonitos que llamaban a presionarlos.
También los había con varios botones y otros, los menos, no tenían ninguno.
Despertares (1). Manuela Ipiña
Llevaba aproximadamente seis horas corriendo
detrás de un tren que no paraba, cuando el maquinista por fin, decidió frenar
la máquina y preguntarle cuál era el motivo de su prisa.
El eco de sus carcajadas al oír la respuesta retumbó por la habitación y le sacó de aquel sueño donde perdía aquel tren que tanto perseguía.
Después le contó que los trenes sabían perfectamente donde tenían que pararse y le pidió que no hiciera caso de viejas campañas de marketing ferroviario.
El eco de sus carcajadas al oír la respuesta retumbó por la habitación y le sacó de aquel sueño donde perdía aquel tren que tanto perseguía.
Después le contó que los trenes sabían perfectamente donde tenían que pararse y le pidió que no hiciera caso de viejas campañas de marketing ferroviario.
Despertares (2). Manuela Ipiña
Aquella mañana despertó tan pálida que se asustó
al mirarse en el espejo. Todavía en pijama se echó colorete por toda la cara y
algunos polvitos resbalaron sobre los cereales. Se pintó los labios del rojo
más intenso que pudo encontrar y eligió aquel vestido que marcaba tan bien sus
gracias más bonitas. Puso música y bailó mientras la sangre le bullía de los
pies al cuello, llegando a la cabeza y formando remolinos más allá de sus
deseos.
El perro dejó de ladrar cuando la muerte, enternecida, decidió pasar de largo.
El perro dejó de ladrar cuando la muerte, enternecida, decidió pasar de largo.
Despertares (3) Manuela Ipiña
Se despertó en una playa con olor a salitre.
Salió de la cama y vio que la madera se había hecho marea. Miles de barquitos
flotaban en el mar, cargados con los sueños de todos los hombres que algún día
vivieron. Incapaz de elegir a cuál subirse decidió conocerlos a todos y aquel
día no salió.
Despertares (4) Manuela Ipiña
Cansado de escuchar sus problemas y de sentirse
observado, aquella noche su ombligo decidió comérselo y formando un sumidero se
lo tragó en espiral. Cuando se levantó a la mañana siguiente había perdido los
kilos que le estorbaban y las arrugas sonreían al verle por primera vez, libre
como un pájaro. Abrió la ventana y echó a volar.
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