Caminar es un gesto revolucionario. Su pureza dimana del neolítico y de una mañana soleada. Cuando camino, los márgenes del paisaje desaparecen y llega la niebla. Dulce tierra de nadie. Mi yo trasciende el eje de abscisas hacia una soledad que ama el movimiento.
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Nos acariciábamos en el ángulo ciego de una tienda de ultramarinos.Se curvaba el espacio – tiempo y se abría un agujero de gusano. Eso pasaba una vez por semana. De detrás de las estanterías florecían terribles los relámpagos y la vida era una maldita fiesta. Sonaba una canción de Extremoduro y los domingos se volvían intransitables y húmedos. Siempre la inminencia de una tormenta (que esa vez sí), se lo iba a llevar todo.
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La niebla irrumpe en el viaje. es el movimiento. Lame a los perros o a la indiferencia de los transeúntes. Hace literatura rusa con nuestra angustia, hace imposible cualquier intento de comprender. Me atraviesa y giro desprovisto sobre el vacío que todo lo ocupa.
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Una lenta (auto)tergiversación de lo que escribo. Quiero bajar a la calle como si nada hubiese pasado, como si los platillos volantes no condicionaran mi monomanía por besarla la boca. Meo sueños y rascacielos. Y bajo a mi cuarto los jirones de ropa que encuentro y que crecen escuálidos en la azotea. no hay plan b. No hay una editorial a la que mandar la caja negra del Túpolev. No hay conejos corriendo por los arcenes de la autopista que me circunvala. Una vez fui feliz en Belgrado.
Hoy en el blog, Roberto Ruiz Antúnez.
No dejéis de leer su poemario Ovnis en la noche americana.
Nice!Love it!
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